Era una tarde muy lluviosa y varios mosqueteros
del Valle necesitaban afilar sus lanzas
para continuar el camino.
Tuvieron que recorrer un largo sendero por la
montaña hasta encontrar el lugar donde un hechicero realizaba su magia con el
fuego.
Cuando llegaron, sus ojos no podían dejar de
observar todo cuanto había en aquel lugar: cuernos de cabra, ceniza de
diferentes colores, artilugios de hierro, etc. Cualquier objeto podía servir al
mago para realizar un buen hechizo.

Los regatones iban cambiando de color con la
temperatura. Aquel hombre era tan sabio que conocía el momento exacto para
sacarlos del fuego y darles forma.
A golpe de martillo saltaban chispas en todas
direcciones e iluminaban las caras de los mosqueteros.
Con paciencia y pronunciando las palabras adecuadas el mago moldeaba aquellas maravillosas lanzas que tantas historias podían contar.
Todos estaban hipnotizados con el color del
fuego y la destreza con la que aquel mago recuperaba la forma original de sus
lanzas.
Animados por el hechicero, dos de ellos se
atrevieron a dar los últimos golpes con mucho esfuerzo.
Los mosqueteros quedaron muy agradecidos al mago
por su magia y pudieron continuar su viaje.
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