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lunes, 24 de febrero de 2014



Transitando por La Veta las Cintas entre Buenavista y Teno Alto.

            La Ruta comenzó como siempre a primera hora, recogiendo las lanzas de los nueve intrépidos en el Local del Tagoror Chiregua, en El Rincón, cada uno escogió su herramienta. Y ya entonces comenzamos a imaginarnos salvando alturas y driblando tabaibas.
            Tras llegar a una explanada denominada El Atajo (donde está cortada la carretera deTeno, en el inicio de la vereda que nos lleva al Paso Rompido en dirección a Teno Alto), nos despertó la curiosidad el sonido del agua corriendo desde La Fuente de Los Barqueros. Comenzamos a caminar siguiendo el sonido y adentrándonos por el barranco compuesto de callados y sedimentos, salvando el cauce unas cuantas veces, encontrándonos sorpresas como una canal de tea perfectamente conservada a pesar de estar a la intemperie durante siglos, y con el despertar primaveral de la flora canaria: guadiles, tabaibas dulces, amargas y  mejoreras, verodes… y plantas foráneas como piteras, vinagreras… 
 
 

Llegamos a las faldas de las montañas tropezándonos con distintos artilugios ferroviarios: vagonetas, tanques y depósitos que nos retrotrajeron a la época donde las galerías estaban llenas de actividad humana e industrial y la imaginación y destreza de los artesanos del hierro jugaban un papel esencial. 
 Prácticamente era nuestra primera ruta (para algunos, claro) y ante nuestra incredulidad vencimos la pendiente subiendo por el risco de María Candelaria hasta el Paso Rompido y después de serpentear y atravesar una zona de brezal, pasamos por la veta de Las Cintas, y bajamos por el lomo de Las Regaladas hasta el final llegar al Cargadero. 

 

Mientras hacíamos el recorrido mencionado observamos como los lugareños habían tallado la piedra y empedrado de forma excepcional el camino, pero a pesar de tener algunos peldaños labrados, era cada vez más vertical lo que complicaba la subida de forma exponencial.
 Pusimos atención a una zona muy vertical pero ataluzada con piedras de color blanquecino y extraños prismas elaborados en piedra que surgían de la montaña y que conformaban unas extrañas áreas de cultivo que según algunas hipótesis debían ser para higueras o viñas ya que es el único cultivo al que podría beneficiar este manto pedregoso; vimos entre otras plantas algunas joyas de la flora canaria como la Jocama con flores de tenues colores rosa-morados, la vicacarera, flor bellísima, acampanada y rojiza; el trébol de risco, las orchillas (usadas por los antiguos pobladores para la elaboración de pigmentos con los que teñían cueros y tejidos) que surgían de la roca apoyándose en otros líquenes de manera impensable y las flores de mayo.


 





Sin duda mereció la pena el esfuerzo, nos sentíamos como en un lugar sagrado donde la fuerza de los diques y el acceso diseñado que zigzagueaba, terminó en una visión estremecedora de las montañas, aplomadas por la erosión y por una cascada, cada vez más cercana con una caída de más de 100 metros. Fuente que emergía de los brezales, y que alimentaba todo aquel valle.

  
Pasada La Veta de Las Cintas, el estómago tenía las mismas ganas de participar que el resto del cuerpo en aquella aventura. 
 


Dos incidentes nos recordaron, como alguien dijo, lo viva que está la isla, pues sus montañas no dejan de moverse y acomodarse,y lo comprobamos: por un lado, al pasar por el hueco de un enorme trozo de dique deslizado y estabilizado desde hace tiempo (a juzgar por la vegetación que en su cima habitaba) y por otro, porque oímos un gran ruido en la otra ladera y pensamos que podría haber sido un desprendimiento de tierra.



Paramos a comer en el cambio de cara de la montaña con toda la vista de Buenavista ante nosotros, a la izquierda vimos otro valle de orografía abrupta y plagado de cuevas. Y junto a nosotros un tagoror que protegía del viento a los pastores desde hacía siglos.
 

Y comenzamos el descenso con los deseados brincos por el precipicio a unos centímetros de nuestros pies. Pequeños y grandes saltos, y bastoneos con más o menos seguridad nos llevaron con cierta  velocidad al término de la ruta, comprobando que el periplo recorrido fue muy gratificante. 
 
En este último tramo una flora de tipo más árido hizo acto de presencia: pequeños verodes en las sombras que proyectaban las piedras, y hermosos cardones y cardoncillos, así como plantas de hojas leguminosas que retenían el agua. 


Así termina esta ruta de salto de contrastes entre Buenavista y Teno Alto, en el que convivimos con un adelanto de la primavera y con toda la naturaleza alborotada por el sol que nos acompañó en todo momento.


Garoé

lunes, 10 de febrero de 2014

El Gollete
   El pasado domingo, 9 de febrero de 2014 tuve el honor de asistir como invitada a una salida organizada por la Escuela de Salto del Pastor Tagoror Chiregua. Nos encontramos, pues, a las 9.00 de la mañana  en su local de El Rincón. Cuando llegué, los entusiastas saltadores se encontraban poniendo a punto sus lanzas. Conocí a la mayoría de participantes durante este ritual. Allí estaban los profes, Petri y Quique y Fran  y todos los demás saltadores:  Daniel, Guillermo, Maria José, José Fuentes,  Javier y  Cati que me había invitado a la actividad... de pronto llegó Saray y, por el camino, recogimos a Kevin.

 
 Tras una breve parada para repostar gasolina y, algunos, también cafeína (gracias Jose por el café) seguimos nuestro camino hasta la zona recreativa de La Caldera donde nos reencontramos todos e iniciamos la ascensión. Empezamos a caminar, lanza en mano,  por el antiquísimo sendero de Los Guanches a través del que se puede pasar de la vertiente norte de la isla hacia la vertiente sur. De hecho, por este camino  peregrinan los fieles hacía Candelaria para ver a su patrona.





Fuimos ganando altura, con el Teide como testigo, como ya lo hicieron nuestros ancestros. Petri y Quique nos iban dando nociones de botánica y así pudimos reconocer y poner nombre a codesos, pasteles de risco, verodes, chahorras y escobones entre otras especies del lugar. Durante el camino nos alongamos a un fantástico balcón natural formado por una gran laja para comprobar que nos encontrábamos por encima de un tupido mar de 
nubes. Con la promesa de un buen enyesque, llegamos, unos antes que otros, a El Filo desde el que podíamos divisar a un lado el Valle de Güimar y del otro el Valle de la Orotava. Allí, nos sentamos a comer un poco para reponer fuerzas a la sombra de un buen pino canario.



Y..., como todo lo que sube..., baja..., pues iniciamos el descenso por otro camino un poco menos definido. Para mi sorpresa me explicaron como utilizar la lanza. Fran me cambió mi bastón para por una lanza y, gracias a sus consejos y a los de Cati y de Quique empecé a situar las manos y a ayudarme de la lanza. Hice intentos de “bastonear”... pero, aunque intenté aplicarme, sólo conseguí hacer algo parecido a lo que hacían mis compañeros de camino. Entre “pon esta mano así”, “clava bien el regatón” y “deslízate por la lanza”  llegamos al roque de El Gollete donde los compañeros y compañeras se sacaron fotos como prueba  de nuestra pequeña gran hazaña. 
 
Seguimos luego nuestra senda. Yo, desde el final de la fila, veía brincar armoniosamente a un grupo de intrépidos saltadores que jugaban a su antojo con un camino intrincado en el que se  nos aparecían  pinos, tinguaras y bencomias.



Sin duda, su agilidad sobre un terreno difícil, los consejos, las explicaciones y las palabras de aliento de todos los componentes del grupo hicieron que completara un camino exigente para mí. Muchas gracias por su generosidad a todos los que me han dejado compartir esta experiencia.

 Yurena