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martes, 24 de abril de 2012

"La Gran Mentira de Chiñaco"



Cuentan las gentes y hablan las leyendas, que al noroeste, sobre los grandes acantilados, que miran desafiantes al mar de una isla, salida de las profundidades de los océanos creados por los viejos glaciales, vivía Chiñaco, una bestia gigante con cuerpo de serpiente y cabeza de dragón, que tenia aterrorizado a las gentes que moraban el lugar cuando aun la tierra escupía fuego. La bestia dormitaba los inviernos, pero al llegar la primavera, salía de su guarida en los altos de las colinas, para saciar su voraz apetito. En la primavera, las praderas de los altos y rocosos acantilados cobraban vida. Venían las gentes de todos los lugares de la isla, con sus cosechas a lomos de animales, para trillar el grano en el grupo de eras que salpicaban el paisaje como pequeñas fortalezas, imagen de la bonanza de la llegada de las flores y los pastos. Llegaban los pastores con su ganado, guiados con sus lanzas, para hacerse dueños de las verdes hierbas, subiendo juntos, lanzas, hombres y ganado, la violenta pendiente. Se oían cantos que acompañaban al trabajo, cantos ahora viejos, que sonaban sin cuerdas, rebotaban en las cuevas que fueron moradas antiguas en tiempos septentrionales. La algarabía duraba día y noche. De pronto un bufido, los cantos cesaban, la trilla paraba su fulgurante ritmo, los animales huían despavoridos, las gentes atónitas veían el peligro bajar serpenteante por el horizonte lejano, y huían todos entre los gritos, y abandonando tareas y enseres se confundían animales y hombres, todos iguales a los ojos de Chiñaco.

Desde los refugios, cobijados todos, oían con desespero el grito lejano de la insaciable furia de la bestia en medio de la noche. Luego todo volvía al silencio, soplaba el viento y llegaba un olor a venganza que arruinaba el sueño. A la mañana siguiente, ni un rastro de la embestida de la bestia, solo palpable en la mirada miedosa de los supervivientes que arrullaban sus almas hasta la próxima vez. Animales y hombres muertos de miedo, vieron, asomándose al filo del fatal y angosto precipicio, cuando aun despuntaba el alba, como subían desde la orilla del mar, serpenteantes como el andar de Chiñaco, los valientes pastores con sus lanzas para darle muerte a la bestia. Subían simulando el movimiento de la bestia, uno tras otro, con sus lanzas al hombro, el ceño fruncido de rabia y sus regatones afilados de mortal necesidad.
 Ese día no esperaron a la bestia. Fueron en su búsqueda y haciéndose pasar por una bestia mayor, la sacaron de su guarida. Las antiguas eras se convirtieron en un campo de batalla, la bestia rodeada de pastores con sus lanzas, huía hacia el desfiladero buscando el mar que le diera cobijo.
Alguno, subido al lomo de Chiñaco hundía su lanza en la escamada carne y la bestia gemía y resonaba en los valles, saltaban los pastores con ardil entre la piedras y la bestia, sin miedo. La bestia languidecía mientras el cielo lloraba a lo lejos por los pastores heridos. El acantilado mutilado por la batalla, emana sangre por la piedras rasgadas, y al filo del mar los pastores dieron muerte a la bestia que tiño las aguas de un fuerte rojo. Los valientes bañaron sus cuerpos en las playas de aguas rojas como símbolo de victoria. Cortaron la cabeza a Chiñaco y la llevaron insertada en las puntas de sus lanzas a la plaza del pueblo, mostrando el rostro del mal vencido. Allí bebieron por la sangre de la bestia, y hubo cantos y bailes, que ya la bestia no podría acallar, durante varios días y varias noches.Ahora, las gentes que pueblan estos hermosos parajes, cada 22 de abril, simulan la gesta de aquellos valientes pastores que dieron sus vidas por matar a la bestia con sus lanzas.

Remontan el acantilado, en fila de a uno, serpenteantes, como para engañar a la bestia y con sus lanzas en ristre. Descansan al refugio del viento, que simula el aliento de la bestia, tras una tagora, para luego simular la batalla risco abajo, dando alegres saltos con gracia, que los llevara a orillas del mar, bajo la atenta mirada de las islas vecinas que parecen acercarse como queriendo ayudar, cercando el mar, donde descansa echo roca, petrificado, el cuerpo de Chiñaco, para luego volver al lugar donde antaño brindaron nuestros antepasados frente a los ojos del mal. Y suenan de nuevo los cantos.

SERGIO



2 comentarios:

  1. A todos nos encantó bajar por Chíñaco, compartiendo inquietudes y disfrutando de la compañía y del risco,es un lujo que compartas con nostros tu inspiración Sergio... Mil gracias!!!

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  2. Sin darme cuenta esbozaba una sonrisa durante toda la lectura. Y no pude borrarla hasta el final. ¡Me emocionó y me divirtió mucho! Logró captar mi interés. Felicidades Sergio.
    Fran.

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