Llevaba tiempo viendo a personas
practicar el salto del pastor. Las miraba con asombro y cierta admiración. Por
eso, cuando llegó el día me apunté al curso de salto. Estaba dispuesta a
aprender, aunque tenía bastante miedo. No me considero muy intrépida, pero eso
no iba a paralizarme.
Tras tres semanas de práctica,
con inseguridades, fallos, agujetas e ilimitados intentos he conseguido hacer
mis primeros bastoneos efectivos. Esto supone una gran motivación para seguir
adelante en todo este proceso de aprendizaje. Superar estos pequeños retos y
celebrarlos para mí es la mejor manera de disfrutar este curso.
Pero no solamente estoy
aprendiendo a saltar, cosa que parecía imposible si me lo hubieran contado hace
algunos años atrás. También estoy llevándome un precioso regalo, me refiero a
la buena compañía. El grupo de salto, con sus monitores a la cabeza y su buen
hacer, está formado por diversas personas entre las que abunda positividad,
risas, compañerismo, etc., entre otras muchas cualidades que me quedan por
descubrir a lo largo del próximo año.
Me animo a dedicarle un sencillo
poema al brinco, por la admiración que siento por esta antigua y exclusiva
práctica de las Islas Canarias.
EL SALTO DEL PASTOR
Aquella práctica ancestral
llamaba mi atención,
sincera en su caminar
para el cuerpo desplazar.
Clavaba el regatón
el humilde pastor
con la lanza subía y bajaba
hasta el sitio en cuestión.
Llevaba unas pocas cabras
y un desgastado zurrón,
se comía el gofio
con el frío o el calor.
Trabajo duro tenía el pastor,
mucho mejor lo llevaba
con el brinco inspirador.
Con sebo de cabra hidrataba la
lanza,
cuidaba la madera,
ya que por ella deslizaba la
cadera,
también la mano y la entrepierna,
y su tronco guiaba donde cayera.
El risco recorrió el pastor,
de la costa a la cumbre
nos dejó la costumbre,
¡y no desapareció!
grandioso legado dejó,
el salto del pastor.
Para finalizar este pequeño
relato, quiero decir que el curso de salto es uno de los mejores planes de fin
de semana, lo recomiendo 100%. Nos vemos en el risco.
María José Ruiz Hidalgo
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