Soy Tierra. El cielo despertó negro, como una noche que no
acaba. Aunó sus fuerzas oscuras frente a mis ojos y trajo de otros horizontes,
las más negras nubes que pudo, bebió de sus internas fuentes el agua más fría,
y desnudo, abrazó el mar que sobre mis pies rompe, insaciablemente, en un
desesperado intento de doblegarme. De sus brazos enlazados nació ella, hija de
la negrura que se espesaba a lo lejos vociferando que me arrastraría a las
profundidades donde yacería pétrea y fría, dejando al risco mudo y solitario, a
merced del cielo, del mar y de los vástagos
impetuosos de su fruto. Mientras gritaba mi nombre, ella se hacía más grande y
cercana y oscura, y su aliento llegaba a mi con forma de gota e hicieron
sangrar mis ojos, y sentí miedo y lloré, y mi llanto corrió ladera arriba,
horadó la piedra y vieron el risco mis
lágrimas, y en las cuevas resonaba mi llanto, y mi voz aguda llegó a sus oídos,
de piedra afilada, marmórea, firme ante lo escuchado, y brotaron como las flores
de entre las piedras los duendes del risco. Salieron danzando, uniéndose en
serpentinas de colores vivos que
bailaban y saltaban, reían y temblaban a la vez sobre mi lomo, con sus lanzas
en ristre, preparados para enfrentarse al lejano y oscuro horizonte que
amenazaba lento. Clavaron las afiladas puntas de sus lanzas sobre el risco, aún
cubierto por mi piel, para que los chasquidos del metal frente a la piedra
llegaran hasta el corazón mismo de la tormenta, y allí sus destellos propagaran
el miedo, para que ella huyera, retrocediera y muriera en un lento devenir
hacia horizontes lejanos.
Deslizaron sus cuerpos sobre la madera cruda que en
mis entrañas yo engendré, para los héroes de piedra que en el risco habitan.
Bailaron ritmos prohibidos, cantaron himnos al abismo, derrotaron el miedo que
en su corazón había, y corrieron sobre mi, libres a la lucha, hombres, mujeres
y niños de madres que esperan que sus hijos regresen de la guerra victoriosos, con
el corazón lleno de tierra y la mirada dura como el risco por el que luchan.
Bajaron rápido por mi lomo, sin dejar de bailar, mirándose los unos a los
otros, tendiendo manos al que ya no le quedan, dando aliento a la mirada ajena,
y juntos, como en el principio, cuando todo empezó, llegaron hasta el mar, y mirándola
a ella a los ojos, unieron sus lanzas, y bailaron con la brisa de cara la danza
final, y sin retroceder su mirada ante los negros ojos de la tormenta
inquisidora, clavaron sus lanzas en su vientre y esta clamó al cielo, y el agua
cayó sobre el agua, y los duendes bailaban ahora de alegría, viendo que las
lanzas se erguían firmes hacia el cielo, sin que ahora ninguna temblara.
Poco a
poco cesaron las voces, los bailes, dejé de tener miedo a la oscuridad que
sobre mi se cernía sin maldad, llena de luces, y todo volvió a la calma, volvió
el silencio que alienta la vida, cayó la noche y en mi corazón de piedra que se
hace risco para ti, duerme nuevamente el duende que por ti vela, que por la
tierra muere, que tus pies ansía y tu lanza añora, que danzara para ti,
siempre, que al risco asomes el regatón de tu lanza.
Sergio
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