Paso Carnero
Después
de dormir 5 horas, madrugón dominguero para llegar al local donde nos aguardan,
como cada fin de semana, las apreciadas lanzas. Organizados en varios
vehículos, marchamos de camino a Buenavista, punto de partida de la ruta de
este día. Allí, nos reunimos con los/as compañeros/as del Colectivo Aguere y
otros acompañantes veteranos saltadores de Teno, con los que tuvimos el
privilegio de compartir la ruta. Por cierto, un día anunciado de alerta
meteorológica, aunque, por fortuna, la única alerta que vivenciamos fue la de
nuestros sentidos.
Comenzamos
la andadura desde Buenavista, por un sendero que parte cerca de la valla
giratoria que impide el acceso al Parque Rural de Teno. Guiados por Antonio, el
Tenero (veterano saltador y vecino del lugar) tomamos un desvío a la derecha en
dirección al Camino de los Rodados. Por cierto que Antonio nos contó que en
hace algunos años siendo un chaval mientras pastoreaba, se echó a dormir un
ratito y estaba tan cansado que se le hizo de noche y al final “trastiando”
pudo llegar a su casa gracias a la luz de la luna.
Nuestro
primer objetivo fue el ascenso hasta el Caserío de Teno alto, para después
realizar el descenso por una de las cordilleras de vértigo que nos conducirían
de nuevo al punto de partida.
Parece
que el camino de Los Rodados no es muy transitado y esto lo hizo notar la
exuberancia de su vegetación. A los bordes del camino, vas encontrando un
variado vergel de plantas, muchas de ellas en exquisita floración: bicácaros,
jazmín canario, flor de mayo, tederas, jaguarzos, magarzas, etc.
Encontramos
asimismo una curiosa casa cueva y varios estanques excavados en la roca a
principios del siglo XX; una maravilla.
Sin agua en la actualidad, cada uno de
ellos alberga un jardín distinto: tuneras, inciensos, verodes, cerrajas,
jazmín, hipérico… todo dispuesto al capricho y belleza que la propia naturaleza
propone.
Pese
al cansancio y la atención que va requiriendo el trayecto, el grupo participó
de animadas conversaciones, del Silbo Gomero y del sonido que algunos interpretaron
con el bucio.
A
medida que el ascenso se fue haciendo mayor, nuestra amiga “la lanza” se
convierte en un preciado bastón que te da fuerza y seguridad. Cada paso es un avance
en la serpenteante subida a lo que parece una escalada hacia el cielo.
De
pronto, el brezo nos va anunciando la llegada a las cercanías del Caserío de
Teno. En este tramo del camino, algunos hicimos parada en la casa de Gregorio donde
elaboran miel y queso de cabra (aprovechamos sin dudarlo para la visita y compra
de tan apreciables productos de la tierra).
Por
fin llegamos al Caserío, haciendo parada en la Venta-Bar de Cipriana para el
merecido y pertinente refrigerio y la degustación del queso de cabra.
Alrededor de las 15:00 empezamos el descenso. En
este momento, nos separamos de los/as compañeros/as del colectivo Aguere,
puesto que ambos grupos teníamos previsto la bajada por distinto lugar, aunque
nos encontraríamos de nuevo en el punto de partida.
Por
el Camino de El Risco, nuestro próximo destino, el paisaje va cambiando por
completo. Encontramos La Gomera saludándonos en el horizonte, tan cerca que por
momentos parecia un apéndice de nuestra Isla. En el transcurso, Goyi nos mostró
donde se encuentran a resguardo los antiguos ataúdes colectivos que se utilizaron
para transportar a las personas fallecidas desde Teno a Buenavista.
Continuamos
descendiendo y por momentos no sé si me encuentro en Escocia o en un Paisaje
Lunar. Hacemos una breve parada en un
Tagoror muy bien conservado y seguimos con cierta premura, ya que comenzaron a
divisarse nubes que amenazaban agua y algunas ráfagas de viento.
Aquí
dejé mi libretita de apuntes porque hay que poner atención plena a la lanza, al
bastoneo y a los saltos. Justo antes de empezar el descenso por el acantilado nos
encontramos con “el paso carnero” (¡ejem!) y a continuación una panorámica
impresionante de la Isla Baja.
Continuamos
el descenso con mucho bastoneo vertical e infinitos saltos de distinta
magnitud. ¡Qué variedad de sensaciones!
Los
monitores y la monitora una maravilla. La verdad, qué destreza y qué paciencia.
Amor y confianza me transmiten en su enseñanza de esta disciplina. Desde aquí
quiero darles mil gracias.
Al final salvamos sorteamos algunos obstáculos que la naturaleza nos ofrecía y sorprendiéndonos en el último tramo del camino con el gran canal de madera que se apareció ante nuestros ojos como muestra del esfuerzo e ingenio del hombre por conducir, antaño, el agua para el riego.
Y llegamos al destino… con la sonrisa puesta y con una vitalidad y energía envidiable
para cualquiera. No faltó el bendito baño refrescante en el charco de Las
Mujeres y un tentempié donde compartir sensaciones.
El
madrugón del domingo les aseguro que valió la pena. Ojalá haya más domingos
como este.
Lourdes
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